No soy especialista en oboe y clarinete pero es razonable imaginar, para el primer abordaje de su técnica, edades similares. El piano es en algún sentido el instrumento más simple que pueda existir. En un estadío avanzado esta simpleza traerá aparejada grandes posibilidades (y complejidades.) Ejecutar cuatro melodías simultáneas generando sensación de polifonía (independencia entre estas melodías), por ejemplo. Pero si bien el techo de las posibilidades del piano será exigente con el pianista, en su primer abordaje el piano es cristalino. Para cada sonido que emitimos se requiere una sola acción: pulsar la correspondiente tecla. Y no tenemos que lidiar con la complicación de sostener el instrumento: el piano, se mantiene de pie por sí mismo. Para un niño en edad de jardín de infantes esto despeja serias complicaciones. La juventud del estudiante no tiene casi límite. Escribí en “EL mito del niño prodigio (Parte II)” (de noviembre de 2007 bajo la etiqueta “El espíritu de la cosa”) haber conocido hace 20 años una maestra de piano que hacía maravillas trabajando con niños desde los 18 meses, siempre por medio del juego. No comparto el objetivo que ella perseguía: lisa y llanamente formar niños prodigio (con todas sus implicancias.) Pero pedagógicamente era (con esta salvedad) estupenda. Si usted da con la persona capaz de tal arte, nadie presiona a su hijo, nadie lo tortura, nadie lo explota económicamente y él asiste feliz a clase: adelante. (Valga aclarar que asistir a clases específicas del instrumento, no tiene por que ser excluyente de asistir a su vez a un taller de juegos musicales.)
La guitarra requiere dos acciones para la emisión de un solo sonido: pisar la cuerda con una mano (la izquierda) en el traste que corresponde a cada nota y con otra (la derecha) pellizcarla. La mano izquierda debe llegar siempre un poquito antes, para que al momento de pellizcar la cuerda ya esté lista la nota que queremos emitir. Esto requiere sincronía de las dos manos a medida que se suceden las distintas notas de una melodía, evitando la descoordinación de las dos acciones en el tiempo. Mientras tanto, tenemos que arreglarnos para sostener (quieto) el instrumento. Estas complejidades psicomotrices suelen ser inalcanzables para un niño de 2; quizás 4 años de edad. Desde la ideología de este blog (no avalamos programar estudios muy incómodos para un niño pequeño) podríamos plantear el primer abordaje de su técnica entre los 5 y los 7 años. (La flauta y el saxo de los cuales ya hablamos, también requieren la sincronización de dos acciones para el acto de producir solo un sonido: con la previa digitación de la nota cubriendo las llaves o los agujeros pertinentes llegará inmediatamente después el soplido que dispara su emisión.) Lo mismo sucede con el violín con el agravante de que el arco es mucho más complejo que el mero acto de pellizcar una cuerda. Si uno lo apoya rápido sobre la cuerda el arco rebota, si uno presiona demasiado el arco contra la cuerda este produce chirridos odiosos pero, sin la presión suficiente el arco resbala sonando la cuerda en falso. Una vez resuelta la técnica del arco (accionado con la mano derecha) hay que sincronizarlo con la mano izquierda (con cuyos dedos pisamos las cuerdas) y sostener el instrumento es fuertemente incómodo. La suma de estas dificultadas es una enormidad para un niño que no haya alcanzado la totalidad de sus capacidades psicomotrices. Una verdadera tortura. Este blog cree razonable dar los primeros pasos en la técnica del violín, entre los 7 y los 9 años.
En resumen: entre los 2 y los 5 años este blog encuentra por lo general pertinente, nada más exigido que un taller de juegos musicales. También podemos plantear, como iniciación, un taller así para chicos más grandes o para adultos. Esta iniciación podría durar un par de años o el tiempo transcurrido hasta que el niño alcance la madurez física e intelectual para abordar el aprendizaje de la técnica de un instrumento musical. Para dar alguna orientación sugerimos edades mínimas. Algunas edades a partir de las cuales sabemos que, en el marco pedagógico adecuado, no deberían presentarse impedimentos psicofísicos, asperezas, incomodidades marcadas en este primer abordaje del instrumento: los 5 años para la flauta dulce, entre los 5 y los 7 para la guitarra, entre los 7 y los 9 para el violín, y alrededor de los 10 años el saxo, la flauta traversa, el clarinete o el oboe. Pensamos algo parecido (el abordaje a partir de los 10 años de edad) para los bronces (trompeta, trombón, corno, tuba.) Fuimos conservadores al postular estas edades. Usted encontrará docentes que empiezan antes (y bajo ningún concepto debe usted pensar que quien empiece más tarde está excluido de estos aprendizajes: Ver “El mito del niño prodigio. (Parte III) ” del día 13/12/2007.)
Estos parámetros pueden en muchos casos no aplicar. Los procesos de transmisión cultural son osmóticos. Un niño de padre y madre violinistas, que despertó todos los días de su vida entre sesiones de práctica y ensayos de cámara podría sorprendernos, al tomar un violín por sí mismo a los 18 meses e imitando a sus padres sostenerlo, pasando el arco sobre las cuerdas con absoluta naturalidad y dando por tierra todo lo que escribimos sobre el primer abordaje del violín. Daniel Baremboim cuenta que en su infancia, creía que todas las personas eran pianistas. Sus dos padres eran profesores particulares de piano y él pasaba el día en una casa donde todas las personas que llegaban de afuera en forma de visita, entraban a tocar un rato el piano y luego se iban. A pesar de haber hecho las cosas en edad de niño prodigio dice jamás haber sentido tal condición ni haberse sentido explotado, forzado, o privado de llevar adelante una infancia normal. Respirar una cultura es a veces muy poderoso. Difícilmente puedan equipararse tales resultados desde implementaciones pedagógicas. ¿Institucionalizaríamos a los niños músicos desde los tres años de edad como a los actores estudiantes de Opera de Pequín? (Ver “El mito del niño prodigio. (Parte I) “ de diciembre de 2007.) Yo no estaría dispuesto con mi hija. Y sé que tal precocidad no es la única forma de llegar a esos resultados (y que esos resultados no son para un músico, el único lugar al cual llegar.)
¿El autor de este blog da una tabla de edades para las cosas y después dice que esas edades podrían quizás no aplicar? Odio dar una tabla con edades para las cosas. Pero no mencionar edades implicaría dejar al lector sin referencias. Dije al comienzo de la parte uno de este artículo que estos procesos dependen de los ambientes, de los discípulos y de los maestros y que el lector no debía tomar todo lo que aquí hallara escrito como verdad sine qua non. Cuando yo era un niño (en la década del 60) había una guía: “Escuela para padres” de Florencio Escardó y Eva Giberti, que mi madre leía con fruición. Los doctores, siempre sabios, daban instrucciones a los padres sobre como educar a sus hijos en la nueva ola del amor. Cuando descubrieron este perfil en su propia obra, Florencio Escardó y Eva Giberti, personas muy inteligentes, abandonaron el proyecto. No es mi deseo que estas edades dadas en referencia sean entendidas como una guía para padres. Desearía que este sea un texto útil, ofreciendo un panorama de estos procesos. Cada padre sabrá qué tomar de todo lo que aquí se dice.
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