miércoles, 23 de enero de 2008

Orientaciones para lidiar con la vocación musical de mi hijo. (Parte I.)


Experiencias de la primera infancia. Iniciación, ludismo y periferia. Saber dar por terminada la etapa de iniciación. Compromisos para la música.

Este blog se manifestó en desacuerdo con el aprendizaje, excesivamente precoz, del núcleo duro de la técnica de ejecución de un instrumento musical. (Ver “El mito del niño Prodigio” partes I, II, y III de los meses noviembre y diciembre de 2007.) También anticipó que lo que enunciará a continuación (algunas orientaciones, posibles edades para las cosas en relación a la educación musical en la infancia) está sujeto a los vaivenes de la diversidad humana, de los procesos y de los ambientes, de los discípulos y de los maestros. Sólo puedo escribir lo que a continuación viene aclarando que el lector (valga obviedad) no debe tomar todo lo que lea como regla inamovible (la voz de los entendidos) como verdad sine qua non.


Usted, autor de este blog no concilia con la pedagogía formadora de niños prodigio. Yo quiero introducir a mi niño pequeñito en el universo de la música: ¿Estoy haciendo mal? ¿Odiará por mi culpa la música? ¿Imprimiré un daño irreparable en su alma? Ayayay señor lector, no sea usted tan drástico. Ciertamente, recibo en clase personas con el signo de haber tenido malas experiencias infantiles de educación musical. ¿El tema es delicado? Sí. Como la paternidad misma. (Sabrá usted, yo también soy padre.) Pero convengamos que entre atar a su hijo con sogas a un piano (como Beethoven padre al niño Ludwin) y renunciar a la educación musical en la primera infancia, tenemos algunas opciones. Si usted percibe inclinaciones musicales en su pequeño niño, si usted quiere hacerle ese regalo: adelante. No empezar con la exigencia de criar un genio sería un gran punto de partida. Le sugiero desexigir el experimento. Esto dará más espacio al placer, al juego (¿Y desde esa llave al resultado musical mismo?) No llevar a su hijo a clase a los empujones. No prohibirle jugar a la pelota hasta que no estudie la escala de Mi mayor, completaría el ambiente sugerido. (Sé que estos consejos son para muchas personas una obviedad. Pero de mi cotidianeidad obtengo que para la mayoría no lo son.) En tal espíritu, debería usted encontrar los docentes consecuentes con estas, sus posturas. Que el docente sea cariñoso con su hijo, que sea divertido, es condición necesaria pero no suficiente. Educar requiere bondad pero no sólo bondad. Requiere idoneidad, especificidad, toma teórica de partido y su correlato en la praxis.

“Taller de iniciación musical” supo llamársele en la Argentina al formato en que venía envasado lo que voy a describir ahora. El nombre no clarifica mucho: en todas las ideologías de educación musical la primera experiencia es, lógicamente, “iniciación”. “Taller” es un lugar donde se construye, la palabra taller es más sugerente. Pero tan usada, que ha perdido su especificidad. Últimamente está de moda llamarle “Taller de juegos musicales”. Hablar de juego particulariza un poco más pero tampoco define: lo que debemos verificar, son los contenidos y metodologías de este espacio de formación. Para un niño en edad de jardín de infantes o preescolar (en la Argentina, entre los 2 y los 5 años) aconsejo una actividad grupal de contenidos más generales que la mera técnica de ejecución de un instrumento tempranamente elegido (¿por quién?) y sus requerimientos intrínsecos de productividad. Esta actividad debería tener, sí, una orientación fuertemente lúdica y en sus objetivos musicales concretos poner acento en los procesos auditivos del niño. La experiencia de socializarse por medio de la música puede ser para él maravillosa y desde el juego, desde el grupo, evitamos la confrontación tan fuerte con el maestro propia de una clase individual. Si damos con él o los docentes indicados, el chico volverá a clase por que se divierte liberándolo (y liberándonos) del ejercicio de presiones que fueran necesarias para sostener estos, sus primeros estudios musicales. Es importante que en este taller el niño cante: la voz es cimiento y herramienta en sus procesos de maduración auditiva. Cantando mucho, cantando repertorios muy simples, cantando bien, como decimos los músicos: le vamos haciendo el oído. Es importante que el niño ejecute instrumentos muy básicos de percusión para la asimilación de los tópicos más sencillos de carácter rítmico. Durante la segunda mitad de esta iniciación, el niño podría algún día experimentar la obtención (la mera obtención) de sonido en instrumentos más complejos y con distintos sistemas de emisión: vientos (maderas y metales); cuerdas pellizcadas (guitarra); instrumentos de arco (cello, violín); cuerdas percutidas (piano); instrumentos más sofisticados de percusión como una batería. O escucharlos en vivo ejecutados por sus profesores o por invitados. O ambas cosas. Esto empieza a plantear la diversidad tímbrica (e instrumental) en la cual podría definir sus gustos, sus inclinaciones ¿su vocación? Es posible que lo descripto hasta aquí suene Light: lo es. Esto encierra algún peligro. Es importante la idoneidad real de las personas a cargo de este espacio. Que efectivamente vayan cumplimentando objetivos: maduración auditiva, entonación, motricidad asociada a ritmo y ejecución, sentido del pulso, coordinación e independencia entre pulso y ritmo. Dialogo, discurso. Comprensiones, inclinaciones, despertares. (Profundizaré en estos items en un próximo artículo.) Hay gente que trabaja muy bien con chicos ya desde los dos o tres años de edad. Si su hijo no fue a un taller así cuando tenía 2 ó 3 años puede ir a los 4 ó 5. A los 6, a los 7 años de edad. Usted, adulto, si quiere introducirse en la música y es capaz de evitar la ansiedad por obtener un rápido resultado instrumental, puede pasar un tiempo fantástico en un taller así. Durante los pasos posteriores de su aprendizaje sacaría provecho de esa buena iniciación musical. Lo que yo creo que ni su hijo ni usted deben hacer, es eternizarse en un espacio de formación con contenidos tan generales. Después de un par de años de esta dinámica (o a medida que la madurez física e intelectual de su hijo lo vaya permitiendo) si siguen cursando estudios musicales alguien tiene que asumir la responsabilidad de enseñarles la técnica de ejecución de un instrumento. Debemos cuidarnos de mal interpretar frases tales como “libre expresión”. La libertad de expresarnos es un bien encomiable. Pero esconder irresponsabilidad en el concepto pronostica la libertad de un vuelo muy corto. Libertacita. Señoras y señores: “La libertad no es respirar el aire puro” (si me perdonan la cita de Nietzcche cambiando un poco su contexto.) Personalmente, entendí en mi adolescencia que debería pagar precios por mi libertad personal. Existían (con crudeza) la soledad de la libertad, su cotidianeidad social trabajosa, confrontada. En “Pedagogía de la autonomía”, un libro de su vejez, Paulo Freire plantea una idea que yo no conceptualicé hasta su lectura: la responsabilidad de la libertad. (Un gran regalo del educador para las personas que abrazamos el deseo de ser libres.) Muchos de mis chicos pudieron escuchar la idea y la hicieron propia. Se encaminan hacia grandes resultados. En la música, al igual que en otras disciplinas, no somos libres en la ignorancia y estudiar, ciertamente, implica algunos esfuerzos. Si usted quiere ser musicalmente libre, fluido, investigar colores, imágenes, construcciones, yo le aconsejo que salga a acopiar técnica en el lenguaje de un instrumento. La técnica intrínsecamente no lo hará libre, pero será una herramienta estupenda en la búsqueda de su libertad. Volviendo a su hijo: si él pasa su infancia entera ¿su adolescencia también? ¡pero! en formatos pedagógicos que deambulan la periferia del lenguaje musical, es posible que un día se pregunte como es que no toca en forma eximia un instrumento después de haber estudiado, tantos años, música. Para educar a este niño pequeñito habíamos evitado la pedagogía formadora de niños prodigio por que su productivismo exacerbado, no respetaba su integridad como ser humano. Varios años después descubrimos, que una atmósfera improductiva, tampoco la respetó. Aquel abordaje más general, exhaustivamente lúdico (y periférico de las complejidades de la ejecución de un instrumento) es en verdad muy sano. El autor de este blog propone que lo acotemos al lugar de un abordaje. Una iniciación. Posteriormente, debería haber también juego pero no solo juego.

De un amigo personal que en este texto podríamos llamar Gervasio: ‘’mi mamá hippie era en todo sentido divertida. Conseguía para mí, actividades fabulosas. En el taller de música al cual yo asistí entre los 7 y los 13 años los juegos musicales se asociaban a fenómenos meteorológicos, el viento, la brisa, a una tormenta, las improvisaciones con los colores. Yo escuchaba e interpretaba todas las clases, diferencias entre ritmo de música roja y ritmo de música violeta. Me divertía y no puedo decir que haya sido una perdida de tiempo. Pero mi rescate es siempre vaporoso. Las personas llevadas por sus padres a una profesora de piano, saben tocar el piano. ’’

Hacer hablar a estas criaturas (expresarse por medio de un instrumento musical) es un privilegio inconmensurable. Estas criaturas hablan por nosotros y cuando hablan, dicen cosas hermosas. Pero no se accede a tal privilegio sin entregar algo a cambio. (¿Volveremos siempre a la ponderación judeocristiana del sufrimiento? Créame el lector que no me regodeo en la idea de que la letra con sangre entra. Pero creo, sí, que no hay escapatoria a la ley de pagar determinados precios por las cosas.) Los músicos tenemos fama de vagos pero somos gente estudiosa. Podemos cultivar la imagen informal pero nadie llega a tocar muy bien un instrumento sin acumular muchas horas de trabajo metódico. No hay atajos. La tarea de aprender (un instrumento) tiene precios; renunciar a un aprendizaje tendrá, a su vez, otros precios distintos. Creo en la gimnasia de definir nuestro deseo y enfocarnos, aceptando sus precios con una sonrisa en la boca.




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