Mitologías: el poder de un discurso. Esperar la conversión en músicos según explicaciones de pensamiento mágico, o abrazar la realidad de la práctica musical. Declarando algunos principios. El último regalo de Yehudi Menuhin: un sobrio y respetuoso acto de amor.
Este blog habló de la precocidad de Mozart. De la precocidad fallida de Beethoven y la obstinación violenta de su padre en el anhelo de forzarla (de la música clásica y de su santa beatificación de los niños prodigio.) Estamos hartos de biografías de Mozart. Su vida es una novela que terminamos de leer quinientas veces, pero siempre algún comedido le escribe capítulo nuevo. (¡Ay, la propia historia participa del hábito molesto de recapitularse todo el tiempo a sí misma! ¿No debería conocer, ella como nadie, el carácter inmodificable del pasado? El suceso histórico ya aconteció. Está irremediablemente cerrado. ¿Volveremos a encontrarlo a la vuelta de páginas nuevas, interminablemente distinto?) Si así de hartos estamos: ¿por que volvemos a revolver adentro del culebrón Mozart, del culebrón Beethoven? Antes de colorín colorado, el cuentito dice que el joven Wolfgham plasmó sus primeras obras como compositor entre los cuatro y los seis años de edad. Si yo ya siento en mi espíritu el paso de los años (ayer cumplí 14): ¿Por qué habría de iniciar estudios musicales? Recién descubro la voluntad de accionar en pos de un deseo propio. Mi infancia pasó en la nebulosa negligente donde no tomé mi vida en mis propias manos. Prefiero abandonar estas fantasías. Habito el destino de una vida donde mis padres, no me sentaron al piano cuando tenía dos años.
Tenemos que revisar estos paradigmas. Nos están fagocitando.
Lo que usualmente llamamos música “clásica”, música “erudita”, música “seria”, o bien música “culta” (como si género musical alguno pudiera no pertenecer a la cultura que lo alumbró) nos llega envuelto en el aura de solemnidad académica que las distintas versiones oficiales de cultura fueron construyendo a su alrededor. Esta solemnidad hizo un ritual grave y tedioso de algo que en su tiempo fue festivo y divertido, y supo reservar generosos márgenes de improvisación y juego para sus protagonistas. Es muy común encontrar personas que dicen que no entienden la (usualmente llamada) música clásica. Cuentan que se aburren, que todo es igual en su transcurso. Es mi percepción cotidiana que (fuera de los circuitos intelectualizados donde a decir verdad me muevo) la mayoría de las personas lo piensa. Estas personas en cambio, rara vez discuten el carácter de genios, de ‘’elegidos por el cielo’’ de los músicos que hicieron esa música que, paradójicamente, les resulta aburrida. (¿No me gusta pero es un genio? Entonces: ¿Será por que es un genio que no entiendo su música? ¿Cuál es la idea que yo tengo de mi mismo?) La contradicción expresa, por supuesto, el poderío de la palabra oficial. Pero también expresa los alcances cotidianos de una mitología. Las biografías de nuestros próceres musicales que fueron puestas a nuestro alcance pueden ser de rigor histórico, musicológicas, noveladas, hollywoodenses, sin embargo en la explicación misma de las cosas, casi siempre coinciden en una determinada mirada. Esa mirada encuentra a estos seres inmersos en una aire lleno de inspiraciones de procedencia mágica, divina, y termina proponiéndonos, como modelo, un ideal de resultados inaccesibles. En su relato lo cuasisobrenatural sustituye la realidad de la práctica musical (de la propia práctica creativa) y desvirtúa nuestra idea del acto mismo de estudiar, de aprender y de enseñar. Estas son verdades que suceden en el mundo terrenal. Eso no desactiva su magia. Por el contrario: sólo un sistema de acciones concretas será capaz de promoverla. De nade sirve imprimir el rostro de Mozart en una estampita y pedirle ayuda con los pasajes de mi bemol como si fuera un santito milagrero. Tenemos que encerrarnos en un cuarto y practicarlos un millón de veces hasta que salgan los intervalos. Dejar de esperar la llegada de atributos divinos o de atributos de cuna, dejar de pedirles permiso, trae consigo un nuevo escenario. Este escenario llega con buenas, de interpretación abierta y malas noticias: la realización de nuestros sueños es posible; de nosotros depende; no vamos a conseguirlo sin trabajo.
Este blog postula que:
- La música es una cosa simple.
- Cualquier persona con capacidades psicofísicas y cognitivas normales puede aprender a tocar un instrumento.
- Cualquier persona con capacidades cognitivas normales puede comprender la notación musical si es adecuadamente instruida.
- No es imprescindible empezar a edades delirantes (por tempranas) para acceder a niveles muy altos, altísimos de virtuosismo.
- Al mismo tiempo: no es imprescindible, no todos los géneros musicales lo requieren, saber tocar quinientas mil notas por minuto para ser un excelente músico. (Y saber hacerlo no lo garantiza.)
- Nuestro mapa musical es increíblemente vasto. Cada músico puede encontrar el género, la modalidad musical acorde a sus deseos y posibilidades, a sus circunstancias de vida y en ese magma, expresarse.
- Quinientas mil notas al igual que cinco notas, pueden o no transmitir belleza.
- Lo enunciado en los puntos anteriores no implica que este blog aconseje en forma alguna la pobreza de recursos técnicos.
- Un joven, más aún un adolescente, está en condiciones de realizarse en casi cualquier cosa que anhele para su propia vida.
- Un adulto puede aprender a tocar muy bien un instrumento musical.
- La música no es patrimonio de los músicos y menos aún de los musicólogos, los melómanos, de los críticos musicales u otros especialistas.
- El arte es un derecho de todos los hombres.
Hace tres años vi por Film and Arts un documental sobre la última obra (inconclusa) del gran Yehudi Menuhin. Se trataba del experimento pedagógico en cuyo desarrollo lo sorprendió la muerte, trabajando con niños en una escuela primaria de campo del Reino Unido. En los últimos años de su vida, Menuhin abrazó la obsesión de transmitir el arte del violín, evitando incurrir en el trato despiadado de los niños característico de la pedagogía que dio luz a su propio arte. El documental me puso muy triste, estaba atravesado del principio al final por la muerte del maestro, un anciano hermoso y delicado capaz de un respeto delicioso en el trato con sus niños discípulos (que tenían edades razonables para el aprendizaje de la técnica.) De entre casa, ejemplificando dos pavaditas, conmovió mi alma escucharlo cantar en clase imitando su violín. ¿O habrá sido siempre el violín quien imitara su voz? O ambas cosas hacia el final de su vida se convirtieron en una sola voz, indivisible (como el canto y la trompeta de Satchmo o la cadencia de la voz y los quejidos de la guitarra de Atahualpa) dotada de una expresividad que sólo escuché en músicos mayores de 70 años. Potenció mi tristeza la sensación de que los dilemas que lo inquietaron durante sus últimos días, no encuentran respuestas pedagógicas de peso en las investigaciones que el documental mostraba. Menuhin buscaba desde el yoga, que abrazó después de sus interacciones musicales con Ravi Shankar y cuya práctica suavizó, durante la segunda mitad de su vida (humanizándolo) la exasperante rigurosidad técnica de su juventud. Una profesora de expresión corporal y maestra de violín buscaba movimientos, dibujos en el aire, imágenes que pudieran dar fluidez a los niños en el tratamiento del arco. Para ser trabajo con niños, a su laboratorio le faltaba juego. ¡Estos gringos son más divertidos que chupar un clavo! ¡No había juego por ninguna parte! Los inglesitos: formaditos, calladitos, repetían los movimientos de la maestra sin palabras ni risas y no se dirigían al maestro (hacía tiempo ordenado caballero por la reina Isabel) sin el riguroso ‘‘sir Yehudi Menuhin’’ al principio o final de cada una de sus intervenciones verbales. Pensando ahora tres minutos, puedo listar en la ciudad de Buenos Aires, media docena de conocidos que trabajan con niños mejor que el pobre (sir) Yehudi Menuhin. Los músicos latinos tenemos otra chispa. Cuando podemos equiparar en algo su disciplina nos convertimos en músicos (en docentes) diferentes. Cotizamos por ese signo que creo, tiene raíces, en el hecho de haber crecido en una cultura viva. Conflictiva, (Fito Paez dixit: espiritual y deshonesta.) Trágica. Pero rara vez desprovista de vitalidad.
Existen violines tres cuartos (tres cuartos del tamaño del violín de un adulto.) Medio violín; un cuarto. Un octavo de violín que es un violín diminuto para ser puesto en las manos de un niño pequeñito pequeñito. Continuando el algoritmo que secuencia estos tres últimos violines: prodigio es igual a violín sobre dos a la equis. ¡Traedme a los artesanos! ¡Un ciento veintiochoavo de Stradivarius para enseñarle violín a mi niño! No me inclino por la pedagogía que plantea un aprendizaje muy temprano del núcleo duro de la técnica. Pido disculpas. Pero desconozco ejemplos donde esto haya transcurrido o transcurra sin forzar al niño. Sin ponerle presión. ¿Cuál es entonces mi toma de partido? Es hora de que este blog que todo lo critica diga lo que sí cree correcto. Los plazos que voy a plantear a continuación no deben tomarse como verdad irrefutable. Los procesos difieren en cada niño, cada ambiente, cada maestro. Son empíricos. Son los tiempos en que yo como docente pude pararme frente a un niño sin sentirme en falta con su condición de ser humano. Son los tiempos que yo podría imaginar para mi propia hija si ella manifestara y reconfirmara a lo largo de los años inclinaciones musicales. Existiría por supuesto la chance, de que en un tránsito así, ella terminara por modificar mis posiciones.
Orientaciones para lidiar con la vocación musical de mi hijo.
(Continuará...)
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3 comentarios:
Maestro lo felicito por su blog, auque pienso que deveria directamente escribir un libro,yo Soy de Sgo del Estero,cursando el ultimo año del unico profesorado superior de musica, y dia a dia luchamos con mis compañeros y la ayuda de uno o dos docentes, por no caer en la mediocridad y desgano en el cual se encuentran los demas integrantes del cuerpo de profesores,quiero creer que alguna vez elostambien tubieron los mismos sueños nuestros de poder volcar a esos niños todo el amor y la pasion que tenemos por este arte, pero bue... me despido no sin antes agradeserle por esaas sabias a la ves que bellas palabras con las que se dirige a la enseñanza musical, un fraternal saludo de Santiago y suerte
(¡Ay, la propia historia participa del hábito molesto de recapitularse todo el tiempo a sí misma! ¿No debería conocer, ella como nadie, el carácter inmodificable del pasado? El suceso histórico ya aconteció. Está irremediablemente cerrado. ¿Volveremos a encontrarlo a la vuelta de páginas nuevas, interminablemente distinto?)
Disculpame que discienta con vos respecto a esto que escribiste... si se recapitula es para que no muera.. para mantenerla presente... nunca se va a falsear el dato historico.. es inmodificable com vos decis.. pero se puede reinterpretar... analizar.... ver desde otros puntos de vista... ademas.. a quien le apasiona un personaje porque negarle la oportunidad de escribir sobre el... o tambien quien no lo quiere... los sucesos historicos acontecieron pero no estan cerrados... estan abiertos a los nuevos analisis e interpretaciones....
Soy profesora de Historia....
Gracias. Leí tus entradas del mito del niño prodigio y te doy las gracias.
Padecí el piano en mi enfancia, algunas veces incluso con castigos físicos de por medio (fue el modo de aprenderme el pentagrama). Pedí el saxo y me dieron una flauta Melos a la que le saqué el jugo pero me frusté terriblemente con la música a partir de la coherción practicada hacia mí. De mas está decir que odio el piano, los 4 años aprobados en conservatorio y toda la parafernalia con olor a naftalina.
Gracias por intentar que otros niños no padezcan lo que yo. Por no hacerles odiar la música en lugar de los sanguinarios de sus padres (error clásico de la mente que nos protege de la espantosa realidad a veces) y a los profesores que lo permiten.
Hoy, con 32, estoy pensando seriamente en comprar el saxo que quise a los 7, intento no mirar la traversa que tengo al lado tambien jajaj.
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