miércoles, 6 de febrero de 2008

Orientaciones para lidiar con la vocación musical de mi hijo. (Parte II)



Posibles edades mínimas o de referencia para el primer abordaje de algunos instrumentos. Complejidades en distintos sistemas de emisión. Algunas salvedades. Los pudores de este autor.

Las edades mínimas en las que empieza a ser plausible el estudio real, específico de un instrumento musical, son disímiles. Varían en los distintos instrumentos, según el enfoque de los maestros, la maduración física y la personalidad de los chicos. Para los instrumentos que yo enseño (el saxo y la flauta traversa) suele posponerse el primer abordaje hasta poco antes de la pubertad: su aprendizaje requiere cierto poderío físico. Se complica en un nene muy menudito. La flauta traversa tiene como límite la extensión de la mano y de los brazos del chico. En niños de 7; ¿quizás 8 años? suele no ser posible por la separación admisible entre sus dedos (extensión de la mano) poner cada dedo en su correspondiente llave. En niños de 8, quizás 9, una vez puestos los dedos en las llaves sus brazos quedan por lo general demasiado estirados, con las manos muy separadas de su torso: la posición se vuelve incómoda y el aprendizaje marcha cuesta arriba. Yo aconsejo empezar a partir de los 10 u 11 años.

Desde hace unos 15 años, hay en mercado flautas infantiles con cabezal curvo. La flauta se divide en tres cuerpos. En las flautas de cabezal curvo, el cuerpo que queda del lado de la boca (el cabezal) en vez de ir hacia la derecha como la flauta misma, primero va hacia la izquierda y después hace una curva y torna hacia la derecha. Esto evita que los brazos se separen tanto del cuerpo: la flauta queda más cerca. Estas flautas traen también su cabezal recto para, con el crecimiento del chico, reemplazar el cabezal curvo por el cabezal normal. Sólo las marcas más prestigiosas la fabrican. La decisión del cabezal curvo requerirá entonces comenzar esta experiencia de tanteo (para la cual lo único sensato es no saber si estos estudios funcionarán o no en la vida del niño) comprando un modelo 30% más caro de una flauta, normalmente ya cara. Los comercios en Argentina no tienen stock de estas flautas. Algunos, las importan por encargo pero independientemente de estas complicaciones yo no las aconsejo. Cuando acepté tomar nenes más chiquitos no me fue bien. Me pudo el entusiasmo del nene y no saber decir no cuando tal es mi convicción, siempre deviene en frustración. Los chiquitos se quejaban de que les dolía el dedo meñique de la mano derecha, se sostenían poco tiempo con la flauta en posición, les quedaba una molesta marca roja en la mano izquierda en el lugar de apoyo del instrumento... no funcionó. Actualmente tomo nenes a partir de, más o menos 10 años de edad. Si el chico es grande de cuerpo y maduro intelectualmente, puede ser algo menos. Le ponemos los dedos en la flauta el día de la entrevista (avisándole previamente que sólo nos reunimos a charlar, que si no es ese año, será el año que viene) y decidimos entonces qué hacer. Lo interesante es que el chico comience en el momento en que sus estudios vayan verdaderamente a funcionar. No obstante, en cuanto a bajar la edad de este primer abordaje usando flautas de cabezal curvo: no descarte usted la posibilidad de que otro profesional pueda resolver, aquellos problemas que yo no pude.

El saxo es un instrumento muy emparentado con la flauta traversa; barajo la misma edad para el primer abordaje de su técnica: aproximadamente los 10 años. El más pequeño de los registros más vistos, usuales de saxofón, el saxo alto, es ya bien pesado para un niño más joven. Y al contrario de la flauta, el instrumento ejerce oposición a nuestro soplido, es decir, el aire tiene que entrar con presión: también requiere determinado poderío físico. La salvedad en el caso del saxofón es, que los saxos alternativos (para reducir un poco la edad de comienzo del estudio de su técnica) sí funcionan.

Un saxo soprano curvo, (con la forma conocida, normal, curva de un saxo) es un poco menos visto pero no deja de ser un saxo standard. (Es más usual ver el soprano recto que es algo así como un saxo con forma de oboe o de clarinete; pero también existe el soprano curvo.) Es más pequeño que un saxo alto y puede reducir en uno ¿en dos años? la edad del primer abordaje de la técnica. Un saxo sopranino es ya una rareza, pero también existe. Es como un pequeño saxito a escala, con el mismo sistema de emisión sonoro pero agudo, como del registro de una flauta dulce. Es difícil de conseguir, caro (un saxo en sí ya es entre dos y tres veces más caro que la flauta traversa) y si al chico no le funcionaran estos estudios, es de difícil reventa. Pero la dificultad física en la ejecución de este instrumento no difiere en mucho a la de una flauta dulce. Podría encararse sin problemas a los 7 ¿a los 6 años? y posteriormente ir trasladando lo aprendido a saxo soprano, después a saxo alto. Yo nunca tuve el caso; no guié un proceso así. Pero es perfectamente posible.

Dijimos que lo más probable es abordar estos estudios a partir de los 10 años de edad y también dijimos que era improductivo quedarnos en un taller de juegos musicales más que 2 ó 3 años. Entonces, un joven flautista o saxofonista que empezó en un taller de juegos musicales a los 2 ó 3 años: ¿que hizo entre los 5 y los 10? El proceso lógico sería, saliendo del taller de juegos musicales (con el objetivo de empezar a lidiar con la técnica de ejecución de un instrumento) abordar la flauta dulce y avanzar todo lo posible. Y en el momento adecuado saltar de la flauta dulce a la flauta traversa o el saxo. También el chico puede transitar un instrumento complementario como la guitarra, y si su vocación son los vientos, a la edad adecuada hacer el cambio. Trasladaría menos habilidades desde la técnica de la guitarra hacia el saxo o la flauta pero se llevaría el complemento de un ‘’instrumento armónico’’ como la guitarra (que puede emitir varios sonidos simultáneos o acordes, cosa en absoluto imposible en el saxo o la flauta traversa que son ‘’instrumentos melódicos’’.)

No soy especialista en oboe y clarinete pero es razonable imaginar, para el primer abordaje de su técnica, edades similares. El piano es en algún sentido el instrumento más simple que pueda existir. En un estadío avanzado esta simpleza traerá aparejada grandes posibilidades (y complejidades.) Ejecutar cuatro melodías simultáneas generando sensación de polifonía (independencia entre estas melodías), por ejemplo. Pero si bien el techo de las posibilidades del piano será exigente con el pianista, en su primer abordaje el piano es cristalino. Para cada sonido que emitimos se requiere una sola acción: pulsar la correspondiente tecla. Y no tenemos que lidiar con la complicación de sostener el instrumento: el piano, se mantiene de pie por sí mismo. Para un niño en edad de jardín de infantes esto despeja serias complicaciones. La juventud del estudiante no tiene casi límite. Escribí en “EL mito del niño prodigio (Parte II)” (de noviembre de 2007 bajo la etiqueta “El espíritu de la cosa”) haber conocido hace 20 años una maestra de piano que hacía maravillas trabajando con niños desde los 18 meses, siempre por medio del juego. No comparto el objetivo que ella perseguía: lisa y llanamente formar niños prodigio (con todas sus implicancias.) Pero pedagógicamente era (con esta salvedad) estupenda. Si usted da con la persona capaz de tal arte, nadie presiona a su hijo, nadie lo tortura, nadie lo explota económicamente y él asiste feliz a clase: adelante. (Valga aclarar que asistir a clases específicas del instrumento, no tiene por que ser excluyente de asistir a su vez a un taller de juegos musicales.)

La guitarra requiere dos acciones para la emisión de un solo sonido: pisar la cuerda con una mano (la izquierda) en el traste que corresponde a cada nota y con otra (la derecha) pellizcarla. La mano izquierda debe llegar siempre un poquito antes, para que al momento de pellizcar la cuerda ya esté lista la nota que queremos emitir. Esto requiere sincronía de las dos manos a medida que se suceden las distintas notas de una melodía, evitando la descoordinación de las dos acciones en el tiempo. Mientras tanto, tenemos que arreglarnos para sostener (quieto) el instrumento. Estas complejidades psicomotrices suelen ser inalcanzables para un niño de 2; quizás 4 años de edad. Desde la ideología de este blog (no avalamos programar estudios muy incómodos para un niño pequeño) podríamos plantear el primer abordaje de su técnica entre los 5 y los 7 años. (La flauta y el saxo de los cuales ya hablamos, también requieren la sincronización de dos acciones para el acto de producir solo un sonido: con la previa digitación de la nota cubriendo las llaves o los agujeros pertinentes llegará inmediatamente después el soplido que dispara su emisión.) Lo mismo sucede con el violín con el agravante de que el arco es mucho más complejo que el mero acto de pellizcar una cuerda. Si uno lo apoya rápido sobre la cuerda el arco rebota, si uno presiona demasiado el arco contra la cuerda este produce chirridos odiosos pero, sin la presión suficiente el arco resbala sonando la cuerda en falso. Una vez resuelta la técnica del arco (accionado con la mano derecha) hay que sincronizarlo con la mano izquierda (con cuyos dedos pisamos las cuerdas) y sostener el instrumento es fuertemente incómodo. La suma de estas dificultadas es una enormidad para un niño que no haya alcanzado la totalidad de sus capacidades psicomotrices. Una verdadera tortura. Este blog cree razonable dar los primeros pasos en la técnica del violín, entre los 7 y los 9 años.

En resumen: entre los 2 y los 5 años este blog encuentra por lo general pertinente, nada más exigido que un taller de juegos musicales. También podemos plantear, como iniciación, un taller así para chicos más grandes o para adultos. Esta iniciación podría durar un par de años o el tiempo transcurrido hasta que el niño alcance la madurez física e intelectual para abordar el aprendizaje de la técnica de un instrumento musical. Para dar alguna orientación sugerimos edades mínimas. Algunas edades a partir de las cuales sabemos que, en el marco pedagógico adecuado, no deberían presentarse impedimentos psicofísicos, asperezas, incomodidades marcadas en este primer abordaje del instrumento: los 5 años para la flauta dulce, entre los 5 y los 7 para la guitarra, entre los 7 y los 9 para el violín, y alrededor de los 10 años el saxo, la flauta traversa, el clarinete o el oboe. Pensamos algo parecido (el abordaje a partir de los 10 años de edad) para los bronces (trompeta, trombón, corno, tuba.) Fuimos conservadores al postular estas edades. Usted encontrará docentes que empiezan antes (y bajo ningún concepto debe usted pensar que quien empiece más tarde está excluido de estos aprendizajes: Ver “El mito del niño prodigio. (Parte III) ” del día 13/12/2007.)

Estos parámetros pueden en muchos casos no aplicar. Los procesos de transmisión cultural son osmóticos. Un niño de padre y madre violinistas, que despertó todos los días de su vida entre sesiones de práctica y ensayos de cámara podría sorprendernos, al tomar un violín por sí mismo a los 18 meses e imitando a sus padres sostenerlo, pasando el arco sobre las cuerdas con absoluta naturalidad y dando por tierra todo lo que escribimos sobre el primer abordaje del violín. Daniel Baremboim cuenta que en su infancia, creía que todas las personas eran pianistas. Sus dos padres eran profesores particulares de piano y él pasaba el día en una casa donde todas las personas que llegaban de afuera en forma de visita, entraban a tocar un rato el piano y luego se iban. A pesar de haber hecho las cosas en edad de niño prodigio dice jamás haber sentido tal condición ni haberse sentido explotado, forzado, o privado de llevar adelante una infancia normal. Respirar una cultura es a veces muy poderoso. Difícilmente puedan equipararse tales resultados desde implementaciones pedagógicas. ¿Institucionalizaríamos a los niños músicos desde los tres años de edad como a los actores estudiantes de Opera de Pequín? (Ver “El mito del niño prodigio. (Parte I) “ de diciembre de 2007.) Yo no estaría dispuesto con mi hija. Y sé que tal precocidad no es la única forma de llegar a esos resultados (y que esos resultados no son para un músico, el único lugar al cual llegar.)

¿El autor de este blog da una tabla de edades para las cosas y después dice que esas edades podrían quizás no aplicar? Odio dar una tabla con edades para las cosas. Pero no mencionar edades implicaría dejar al lector sin referencias. Dije al comienzo de la parte uno de este artículo que estos procesos dependen de los ambientes, de los discípulos y de los maestros y que el lector no debía tomar todo lo que aquí hallara escrito como verdad sine qua non. Cuando yo era un niño (en la década del 60) había una guía: “Escuela para padres” de Florencio Escardó y Eva Giberti, que mi madre leía con fruición. Los doctores, siempre sabios, daban instrucciones a los padres sobre como educar a sus hijos en la nueva ola del amor. Cuando descubrieron este perfil en su propia obra, Florencio Escardó y Eva Giberti, personas muy inteligentes, abandonaron el proyecto. No es mi deseo que estas edades dadas en referencia sean entendidas como una guía para padres. Desearía que este sea un texto útil, ofreciendo un panorama de estos procesos. Cada padre sabrá qué tomar de todo lo que aquí se dice.


Creative Commons License
Esta obra está licenciada bajo una
Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.

miércoles, 23 de enero de 2008

Orientaciones para lidiar con la vocación musical de mi hijo. (Parte I.)


Experiencias de la primera infancia. Iniciación, ludismo y periferia. Saber dar por terminada la etapa de iniciación. Compromisos para la música.

Este blog se manifestó en desacuerdo con el aprendizaje, excesivamente precoz, del núcleo duro de la técnica de ejecución de un instrumento musical. (Ver “El mito del niño Prodigio” partes I, II, y III de los meses noviembre y diciembre de 2007.) También anticipó que lo que enunciará a continuación (algunas orientaciones, posibles edades para las cosas en relación a la educación musical en la infancia) está sujeto a los vaivenes de la diversidad humana, de los procesos y de los ambientes, de los discípulos y de los maestros. Sólo puedo escribir lo que a continuación viene aclarando que el lector (valga obviedad) no debe tomar todo lo que lea como regla inamovible (la voz de los entendidos) como verdad sine qua non.


Usted, autor de este blog no concilia con la pedagogía formadora de niños prodigio. Yo quiero introducir a mi niño pequeñito en el universo de la música: ¿Estoy haciendo mal? ¿Odiará por mi culpa la música? ¿Imprimiré un daño irreparable en su alma? Ayayay señor lector, no sea usted tan drástico. Ciertamente, recibo en clase personas con el signo de haber tenido malas experiencias infantiles de educación musical. ¿El tema es delicado? Sí. Como la paternidad misma. (Sabrá usted, yo también soy padre.) Pero convengamos que entre atar a su hijo con sogas a un piano (como Beethoven padre al niño Ludwin) y renunciar a la educación musical en la primera infancia, tenemos algunas opciones. Si usted percibe inclinaciones musicales en su pequeño niño, si usted quiere hacerle ese regalo: adelante. No empezar con la exigencia de criar un genio sería un gran punto de partida. Le sugiero desexigir el experimento. Esto dará más espacio al placer, al juego (¿Y desde esa llave al resultado musical mismo?) No llevar a su hijo a clase a los empujones. No prohibirle jugar a la pelota hasta que no estudie la escala de Mi mayor, completaría el ambiente sugerido. (Sé que estos consejos son para muchas personas una obviedad. Pero de mi cotidianeidad obtengo que para la mayoría no lo son.) En tal espíritu, debería usted encontrar los docentes consecuentes con estas, sus posturas. Que el docente sea cariñoso con su hijo, que sea divertido, es condición necesaria pero no suficiente. Educar requiere bondad pero no sólo bondad. Requiere idoneidad, especificidad, toma teórica de partido y su correlato en la praxis.

“Taller de iniciación musical” supo llamársele en la Argentina al formato en que venía envasado lo que voy a describir ahora. El nombre no clarifica mucho: en todas las ideologías de educación musical la primera experiencia es, lógicamente, “iniciación”. “Taller” es un lugar donde se construye, la palabra taller es más sugerente. Pero tan usada, que ha perdido su especificidad. Últimamente está de moda llamarle “Taller de juegos musicales”. Hablar de juego particulariza un poco más pero tampoco define: lo que debemos verificar, son los contenidos y metodologías de este espacio de formación. Para un niño en edad de jardín de infantes o preescolar (en la Argentina, entre los 2 y los 5 años) aconsejo una actividad grupal de contenidos más generales que la mera técnica de ejecución de un instrumento tempranamente elegido (¿por quién?) y sus requerimientos intrínsecos de productividad. Esta actividad debería tener, sí, una orientación fuertemente lúdica y en sus objetivos musicales concretos poner acento en los procesos auditivos del niño. La experiencia de socializarse por medio de la música puede ser para él maravillosa y desde el juego, desde el grupo, evitamos la confrontación tan fuerte con el maestro propia de una clase individual. Si damos con él o los docentes indicados, el chico volverá a clase por que se divierte liberándolo (y liberándonos) del ejercicio de presiones que fueran necesarias para sostener estos, sus primeros estudios musicales. Es importante que en este taller el niño cante: la voz es cimiento y herramienta en sus procesos de maduración auditiva. Cantando mucho, cantando repertorios muy simples, cantando bien, como decimos los músicos: le vamos haciendo el oído. Es importante que el niño ejecute instrumentos muy básicos de percusión para la asimilación de los tópicos más sencillos de carácter rítmico. Durante la segunda mitad de esta iniciación, el niño podría algún día experimentar la obtención (la mera obtención) de sonido en instrumentos más complejos y con distintos sistemas de emisión: vientos (maderas y metales); cuerdas pellizcadas (guitarra); instrumentos de arco (cello, violín); cuerdas percutidas (piano); instrumentos más sofisticados de percusión como una batería. O escucharlos en vivo ejecutados por sus profesores o por invitados. O ambas cosas. Esto empieza a plantear la diversidad tímbrica (e instrumental) en la cual podría definir sus gustos, sus inclinaciones ¿su vocación? Es posible que lo descripto hasta aquí suene Light: lo es. Esto encierra algún peligro. Es importante la idoneidad real de las personas a cargo de este espacio. Que efectivamente vayan cumplimentando objetivos: maduración auditiva, entonación, motricidad asociada a ritmo y ejecución, sentido del pulso, coordinación e independencia entre pulso y ritmo. Dialogo, discurso. Comprensiones, inclinaciones, despertares. (Profundizaré en estos items en un próximo artículo.) Hay gente que trabaja muy bien con chicos ya desde los dos o tres años de edad. Si su hijo no fue a un taller así cuando tenía 2 ó 3 años puede ir a los 4 ó 5. A los 6, a los 7 años de edad. Usted, adulto, si quiere introducirse en la música y es capaz de evitar la ansiedad por obtener un rápido resultado instrumental, puede pasar un tiempo fantástico en un taller así. Durante los pasos posteriores de su aprendizaje sacaría provecho de esa buena iniciación musical. Lo que yo creo que ni su hijo ni usted deben hacer, es eternizarse en un espacio de formación con contenidos tan generales. Después de un par de años de esta dinámica (o a medida que la madurez física e intelectual de su hijo lo vaya permitiendo) si siguen cursando estudios musicales alguien tiene que asumir la responsabilidad de enseñarles la técnica de ejecución de un instrumento. Debemos cuidarnos de mal interpretar frases tales como “libre expresión”. La libertad de expresarnos es un bien encomiable. Pero esconder irresponsabilidad en el concepto pronostica la libertad de un vuelo muy corto. Libertacita. Señoras y señores: “La libertad no es respirar el aire puro” (si me perdonan la cita de Nietzcche cambiando un poco su contexto.) Personalmente, entendí en mi adolescencia que debería pagar precios por mi libertad personal. Existían (con crudeza) la soledad de la libertad, su cotidianeidad social trabajosa, confrontada. En “Pedagogía de la autonomía”, un libro de su vejez, Paulo Freire plantea una idea que yo no conceptualicé hasta su lectura: la responsabilidad de la libertad. (Un gran regalo del educador para las personas que abrazamos el deseo de ser libres.) Muchos de mis chicos pudieron escuchar la idea y la hicieron propia. Se encaminan hacia grandes resultados. En la música, al igual que en otras disciplinas, no somos libres en la ignorancia y estudiar, ciertamente, implica algunos esfuerzos. Si usted quiere ser musicalmente libre, fluido, investigar colores, imágenes, construcciones, yo le aconsejo que salga a acopiar técnica en el lenguaje de un instrumento. La técnica intrínsecamente no lo hará libre, pero será una herramienta estupenda en la búsqueda de su libertad. Volviendo a su hijo: si él pasa su infancia entera ¿su adolescencia también? ¡pero! en formatos pedagógicos que deambulan la periferia del lenguaje musical, es posible que un día se pregunte como es que no toca en forma eximia un instrumento después de haber estudiado, tantos años, música. Para educar a este niño pequeñito habíamos evitado la pedagogía formadora de niños prodigio por que su productivismo exacerbado, no respetaba su integridad como ser humano. Varios años después descubrimos, que una atmósfera improductiva, tampoco la respetó. Aquel abordaje más general, exhaustivamente lúdico (y periférico de las complejidades de la ejecución de un instrumento) es en verdad muy sano. El autor de este blog propone que lo acotemos al lugar de un abordaje. Una iniciación. Posteriormente, debería haber también juego pero no solo juego.

De un amigo personal que en este texto podríamos llamar Gervasio: ‘’mi mamá hippie era en todo sentido divertida. Conseguía para mí, actividades fabulosas. En el taller de música al cual yo asistí entre los 7 y los 13 años los juegos musicales se asociaban a fenómenos meteorológicos, el viento, la brisa, a una tormenta, las improvisaciones con los colores. Yo escuchaba e interpretaba todas las clases, diferencias entre ritmo de música roja y ritmo de música violeta. Me divertía y no puedo decir que haya sido una perdida de tiempo. Pero mi rescate es siempre vaporoso. Las personas llevadas por sus padres a una profesora de piano, saben tocar el piano. ’’

Hacer hablar a estas criaturas (expresarse por medio de un instrumento musical) es un privilegio inconmensurable. Estas criaturas hablan por nosotros y cuando hablan, dicen cosas hermosas. Pero no se accede a tal privilegio sin entregar algo a cambio. (¿Volveremos siempre a la ponderación judeocristiana del sufrimiento? Créame el lector que no me regodeo en la idea de que la letra con sangre entra. Pero creo, sí, que no hay escapatoria a la ley de pagar determinados precios por las cosas.) Los músicos tenemos fama de vagos pero somos gente estudiosa. Podemos cultivar la imagen informal pero nadie llega a tocar muy bien un instrumento sin acumular muchas horas de trabajo metódico. No hay atajos. La tarea de aprender (un instrumento) tiene precios; renunciar a un aprendizaje tendrá, a su vez, otros precios distintos. Creo en la gimnasia de definir nuestro deseo y enfocarnos, aceptando sus precios con una sonrisa en la boca.




Creative Commons License
Esta obra está licenciada bajo una
Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.

jueves, 13 de diciembre de 2007

El Mito del Niño Prodigio (Parte III)


Mitologías: el poder de un discurso. Esperar la conversión en músicos según explicaciones de pensamiento mágico, o abrazar la realidad de la práctica musical. Declarando algunos principios. El último regalo de Yehudi Menuhin: un sobrio y respetuoso acto de amor.

Este blog habló de la precocidad de Mozart. De la precocidad fallida de Beethoven y la obstinación violenta de su padre en el anhelo de forzarla (de la música clásica y de su santa beatificación de los niños prodigio.) Estamos hartos de biografías de Mozart. Su vida es una novela que terminamos de leer quinientas veces, pero siempre algún comedido le escribe capítulo nuevo. (¡Ay, la propia historia participa del hábito molesto de recapitularse todo el tiempo a sí misma! ¿No debería conocer, ella como nadie, el carácter inmodificable del pasado? El suceso histórico ya aconteció. Está irremediablemente cerrado. ¿Volveremos a encontrarlo a la vuelta de páginas nuevas, interminablemente distinto?) Si así de hartos estamos: ¿por que volvemos a revolver adentro del culebrón Mozart, del culebrón Beethoven? Antes de colorín colorado, el cuentito dice que el joven Wolfgham plasmó sus primeras obras como compositor entre los cuatro y los seis años de edad. Si yo ya siento en mi espíritu el paso de los años (ayer cumplí 14): ¿Por qué habría de iniciar estudios musicales? Recién descubro la voluntad de accionar en pos de un deseo propio. Mi infancia pasó en la nebulosa negligente donde no tomé mi vida en mis propias manos. Prefiero abandonar estas fantasías. Habito el destino de una vida donde mis padres, no me sentaron al piano cuando tenía dos años.

Tenemos que revisar estos paradigmas. Nos están fagocitando.

Lo que usualmente llamamos música “clásica”, música “erudita”, música “seria”, o bien música “culta” (como si género musical alguno pudiera no pertenecer a la cultura que lo alumbró) nos llega envuelto en el aura de solemnidad académica que las distintas versiones oficiales de cultura fueron construyendo a su alrededor. Esta solemnidad hizo un ritual grave y tedioso de algo que en su tiempo fue festivo y divertido, y supo reservar generosos márgenes de improvisación y juego para sus protagonistas. Es muy común encontrar personas que dicen que no entienden la (usualmente llamada) música clásica. Cuentan que se aburren, que todo es igual en su transcurso. Es mi percepción cotidiana que (fuera de los circuitos intelectualizados donde a decir verdad me muevo) la mayoría de las personas lo piensa. Estas personas en cambio, rara vez discuten el carácter de genios, de ‘’elegidos por el cielo’’ de los músicos que hicieron esa música que, paradójicamente, les resulta aburrida. (¿No me gusta pero es un genio? Entonces: ¿Será por que es un genio que no entiendo su música? ¿Cuál es la idea que yo tengo de mi mismo?) La contradicción expresa, por supuesto, el poderío de la palabra oficial. Pero también expresa los alcances cotidianos de una mitología. Las biografías de nuestros próceres musicales que fueron puestas a nuestro alcance pueden ser de rigor histórico, musicológicas, noveladas, hollywoodenses, sin embargo en la explicación misma de las cosas, casi siempre coinciden en una determinada mirada. Esa mirada encuentra a estos seres inmersos en una aire lleno de inspiraciones de procedencia mágica, divina, y termina proponiéndonos, como modelo, un ideal de resultados inaccesibles. En su relato lo cuasisobrenatural sustituye la realidad de la práctica musical (de la propia práctica creativa) y desvirtúa nuestra idea del acto mismo de estudiar, de aprender y de enseñar. Estas son verdades que suceden en el mundo terrenal. Eso no desactiva su magia. Por el contrario: sólo un sistema de acciones concretas será capaz de promoverla. De nade sirve imprimir el rostro de Mozart en una estampita y pedirle ayuda con los pasajes de mi bemol como si fuera un santito milagrero. Tenemos que encerrarnos en un cuarto y practicarlos un millón de veces hasta que salgan los intervalos. Dejar de esperar la llegada de atributos divinos o de atributos de cuna, dejar de pedirles permiso, trae consigo un nuevo escenario. Este escenario llega con buenas, de interpretación abierta y malas noticias: la realización de nuestros sueños es posible; de nosotros depende; no vamos a conseguirlo sin trabajo.

Este blog postula que:
  • La música es una cosa simple.

  • Cualquier persona con capacidades psicofísicas y cognitivas normales puede aprender a tocar un instrumento.

  • Cualquier persona con capacidades cognitivas normales puede comprender la notación musical si es adecuadamente instruida.

  • No es imprescindible empezar a edades delirantes (por tempranas) para acceder a niveles muy altos, altísimos de virtuosismo.

  • Al mismo tiempo: no es imprescindible, no todos los géneros musicales lo requieren, saber tocar quinientas mil notas por minuto para ser un excelente músico. (Y saber hacerlo no lo garantiza.)

  • Nuestro mapa musical es increíblemente vasto. Cada músico puede encontrar el género, la modalidad musical acorde a sus deseos y posibilidades, a sus circunstancias de vida y en ese magma, expresarse.

  • Quinientas mil notas al igual que cinco notas, pueden o no transmitir belleza.

  • Lo enunciado en los puntos anteriores no implica que este blog aconseje en forma alguna la pobreza de recursos técnicos.

  • Un joven, más aún un adolescente, está en condiciones de realizarse en casi cualquier cosa que anhele para su propia vida.

  • Un adulto puede aprender a tocar muy bien un instrumento musical.

  • La música no es patrimonio de los músicos y menos aún de los musicólogos, los melómanos, de los críticos musicales u otros especialistas.

  • El arte es un derecho de todos los hombres.

Hace tres años vi por Film and Arts un documental sobre la última obra (inconclusa) del gran Yehudi Menuhin. Se trataba del experimento pedagógico en cuyo desarrollo lo sorprendió la muerte, trabajando con niños en una escuela primaria de campo del Reino Unido. En los últimos años de su vida, Menuhin abrazó la obsesión de transmitir el arte del violín, evitando incurrir en el trato despiadado de los niños característico de la pedagogía que dio luz a su propio arte. El documental me puso muy triste, estaba atravesado del principio al final por la muerte del maestro, un anciano hermoso y delicado capaz de un respeto delicioso en el trato con sus niños discípulos (que tenían edades razonables para el aprendizaje de la técnica.) De entre casa, ejemplificando dos pavaditas, conmovió mi alma escucharlo cantar en clase imitando su violín. ¿O habrá sido siempre el violín quien imitara su voz? O ambas cosas hacia el final de su vida se convirtieron en una sola voz, indivisible (como el canto y la trompeta de Satchmo o la cadencia de la voz y los quejidos de la guitarra de Atahualpa) dotada de una expresividad que sólo escuché en músicos mayores de 70 años. Potenció mi tristeza la sensación de que los dilemas que lo inquietaron durante sus últimos días, no encuentran respuestas pedagógicas de peso en las investigaciones que el documental mostraba. Menuhin buscaba desde el yoga, que abrazó después de sus interacciones musicales con Ravi Shankar y cuya práctica suavizó, durante la segunda mitad de su vida (humanizándolo) la exasperante rigurosidad técnica de su juventud. Una profesora de expresión corporal y maestra de violín buscaba movimientos, dibujos en el aire, imágenes que pudieran dar fluidez a los niños en el tratamiento del arco. Para ser trabajo con niños, a su laboratorio le faltaba juego. ¡Estos gringos son más divertidos que chupar un clavo! ¡No había juego por ninguna parte! Los inglesitos: formaditos, calladitos, repetían los movimientos de la maestra sin palabras ni risas y no se dirigían al maestro (hacía tiempo ordenado caballero por la reina Isabel) sin el riguroso ‘‘sir Yehudi Menuhin’’ al principio o final de cada una de sus intervenciones verbales. Pensando ahora tres minutos, puedo listar en la ciudad de Buenos Aires, media docena de conocidos que trabajan con niños mejor que el pobre (sir) Yehudi Menuhin. Los músicos latinos tenemos otra chispa. Cuando podemos equiparar en algo su disciplina nos convertimos en músicos (en docentes) diferentes. Cotizamos por ese signo que creo, tiene raíces, en el hecho de haber crecido en una cultura viva. Conflictiva, (Fito Paez dixit: espiritual y deshonesta.) Trágica. Pero rara vez desprovista de vitalidad.

Existen violines tres cuartos (tres cuartos del tamaño del violín de un adulto.) Medio violín; un cuarto. Un octavo de violín que es un violín diminuto para ser puesto en las manos de un niño pequeñito pequeñito. Continuando el algoritmo que secuencia estos tres últimos violines: prodigio es igual a violín sobre dos a la equis. ¡Traedme a los artesanos! ¡Un ciento veintiochoavo de Stradivarius para enseñarle violín a mi niño! No me inclino por la pedagogía que plantea un aprendizaje muy temprano del núcleo duro de la técnica. Pido disculpas. Pero desconozco ejemplos donde esto haya transcurrido o transcurra sin forzar al niño. Sin ponerle presión. ¿Cuál es entonces mi toma de partido? Es hora de que este blog que todo lo critica diga lo que sí cree correcto. Los plazos que voy a plantear a continuación no deben tomarse como verdad irrefutable. Los procesos difieren en cada niño, cada ambiente, cada maestro. Son empíricos. Son los tiempos en que yo como docente pude pararme frente a un niño sin sentirme en falta con su condición de ser humano. Son los tiempos que yo podría imaginar para mi propia hija si ella manifestara y reconfirmara a lo largo de los años inclinaciones musicales. Existiría por supuesto la chance, de que en un tránsito así, ella terminara por modificar mis posiciones.

Orientaciones para lidiar con la vocación musical de mi hijo.

(Continuará...)


Creative Commons License
Esta obra está licenciada bajo una
Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

El Mito del Niño Prodigio. (Parte II)


Talento por derecho divino. El vals del minuto en 58’’.
El umbral de la segunda vuelta en el aire.


Cuanto más pequeño es el chico más impactante es su impronta de niño prodigio. Una amiga de mi juventud tuvo un empresario para organizar sus giras a partir de los tres años de edad. Su hermano, cuando nosotros nos conocimos todavía niño (prodigio) también era pianista. La madre de ambos, hija de uno de los cinco grandes pianistas argentinos del siglo XX había sido su primer maestra y se especializaba en la tarea de sentar al piano, niños de un año o un año y medio. Nunca presencié una de sus clases. En la ciudad europea en la que vivíamos era conocida por su creatividad para educar pianistas muy pequeños, siempre por medio del juego. Algo debía cambiar cuando el niño iba creciendo: llevaba la carrera de sus hijos con mano de hierro.
El concierto de un nene de tres años, sólo puede basarse en el divertimento de ver como un chiquito tan pequeño ejecuta piezas elementales, frente a una platea deleitada por su desenvolvimiento. Las notas que escuchamos no se sostendrían en escena como la producción de un adulto. A los ocho o nueve años, el niño ya no es prodigio si no aborda obras de alta complejidad. Lo escuchamos tocar con gran corrección (incluso con mucha pimienta) obras de Beethoven, Chopin, Lizt, que bien podrían estar sonando bajos las manos de Marta Argerich, de Daniel Barenboim. La versión, por supuesto, no alcanza la madurez de una versión adulta de Barenboim o Argerich. ¿Qué es lo interesante entonces de escuchar estas obras en la versión de un niño? Aunque su arte esté madurando lo interesante sigue siendo el prodigio. No compramos música: compramos infancia; y confirmamos en el prodigio la idea de talento por derecho divino, que otorga un aire monárquico de omnipotencia a quien cree tenerlo y excusa, a quien se conforma con su ausencia, depositando responsabilidades y decisiones propias en el cielo. Es la explicación más burguesa que podemos procurarnos para todo este asunto.
El niño es invitado a programas de televisión donde lo hacen tocar el vals del minuto. El conductor verifica su destreza con un cronómetro en la mano. Si toca el vals del minuto en un minuto y seis o siete segundos estamos frente a un prospecto muy serio. Deberá mejorar para ser un verdadero virtuoso pero es una gran promesa. Si entra en el minuto del título podemos delirar por su maestría pero si baja todavía dos segundos ¡ahora sí! estamos frente a un nuevo genio: el elegido. ¿Cómo creerán que se consigue que un nene de nueve años toque en 58 segundos el vals del minuto?

Hace 18 años tomé clases de acrobacia con Carlos Martínez. Por razones que no vienen al caso todos sus alumnos éramos artistas. El mismo lo era, había abrazado las artes escénicas cuando terminó su carrera deportiva. En su juventud fue gimnasta olímpico, especialista en la prueba ‘‘1 minuto suelo’’ y una de las primeras personas en la Argentina en ejecutar el ‘‘doble salto mortal’’ (saltar o rebotar en el piso elevándose y dar dos vueltas de carnero en el aire para volver a caer parado.) Con técnicas modernas es hace mucho un salto sencillo pero en sus tiempos, sólo algunos atletas lo habían realizado. Para la generación anterior a la suya había sido un salto mítico, que se atribuía a acróbatas chinos legendarios sin que hubiera registro en imágenes de donde poder copiarlo. Carlos Martínez un día nos contó que quedó durante meses trabado en la imposibilidad de realizarlo. Estaba en todo sentido listo, reunía la fuerza y la elasticidad necesarias, comprendía la técnica del movimiento, lo miraba en filmaciones, lo probaba sin problemas en una cama elástica. Pero cuando llegaba el momento de ejecutarlo sobre el suelo saltaba, daba la primer vuelta en el aire y no podía evitar el reflejo defensivo de abrirse después de completar esa sola vuelta (debía dar las dos vueltas en el aire plegado, con las rodillas contra el pecho) y llegaba entonces al suelo habiendo ejecutado un salto mortal simple. Sonriendo nos contó que llegó a soñar en forma recurrente con el salto, antes de sorprenderse un día, completándolo. Entonces opinó: ‘‘es que en la vida de un atleta al igual que en la vida de un artista, hay logros que no son posibles sin haberlos convertido primero en una obsesión. ’’

Hoy no atamos al niño con sogas al piano como el padre de Beethoven (ver ‘‘Pero salió bueno...’’ del domingo 28 de octubre de 2007.) Son sí múltiples la posibilidades de manipulación intelectual de un niño por parte del adulto, que ostenta el poder de accionar sobre la totalidad de los resortes materiales de su vida. Convengamos que hay muchas maneras de atar un niño al piano. O ni siquiera. No sabemos nada de la relación del niño prodigio con sus mentores. No sabemos si el piano le es impuesto o lo abraza como iniciativa personal. Pero somos músicos y sabemos cómo se llega a tocar el vals del minuto en 58 ’’. Entre los cinco y los siete años este chico atravesó muchas veces ese umbral de la segunda vuelta en el aire. Posiblemente lo hizo, en el ejercicio cotidiano de una obsesión, ya sea suya o impuesta. En todo caso: trabajó, tan temprano, entre seis y ocho horas diarias con la rigurosidad de un profesional de elite. Como sólo unos pocos adultos lo hicieron alguna vez en sus vidas.

Creative Commons License
Esta obra está licenciada bajo una
Licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina.